Veo, veo, ¿qué ves?

De pequeños, lo único que se quiere hacer es jugar y jugar e ir a la calle. Y también de mayores.

Muchos tuvimos en casa un juego llamado las bolas locas. Dos bolas de un color, verdes, amarillas, rojas, etc. unidas por un cordel. Consistía en golpearlas y sacar de quicio a los que te rodeaban. Lo mismo ocurría con la rana metálica, clic- clic, clic- clic.

Mi madre a veces, nos daba una sorpresa, la veíamos en la cocina preparando la comida, y nos llamaba, tomad, nos decía. Era una taba, un hueso de las patas traseras de los corderos, el astrágalo, lo utilizábamos como si fuera un dado de cuatro lados, a veces los pintábamos de colores.

Realizábamos un corro con cuatro posiciones: rey y verdugo, e inocente y culpable. Se lanzaba la taba por turnos hasta sacar rey y verdugo.

Seguíamos tirando por turnos hasta sacar culpable y esa persona recibía como castigo varios golpes, cómo y cuántos lo decidía el rey y lo ejecutaba el verdugo. Se intercambian posiciones y se podía tomar la revancha en los siguientes turnos. ¡Qué brutos!

También teníamos juegos más tranquilos, jugábamos con cordones de hilos o de lana, a la cuna. Consistía en pasarnos unos hilos anudados, unos a otros con las dos manos haciendo movimientos sin enredar los hilos, formando figuras más o menos artísticas o complicadas.

Un juego con las amigas era el de las palmas, chocando las manos y cantando canciones: Chocolate, En la calle 24, Milikituli, … y tantos otros.

En el porche jugábamos «al pilón», nos escondíamos detrás de ellos, o simplemente nos teníamos que pillar y los íbamos esquivando. Jugábamos a ministros contra ladrones, al diez por diez, a piedra, papel o tijera…

Al balón prisionero, a pies quietos, a la rayuela o tiza, a tula, a la comba, a la goma, al pañuelo, al «pase misí, pase misá», a los cromos, «al escondite inglés, a la pared, no vale mover sin permiso del rey», a burro, a pies quietos, a la pelota, con el tirachinas, a las canicas, con pistolas y hasta con arcos…

Y antes de empezar, a rifar, «a dar», a ver quién empezaba el turno:

«Pito pito gorgorito, ¿dónde vas tú tan bonito? A la era verdadera, pin pon, fuera». O «Pinto, pinto, gorgorito, saca la vaca de veinticinco.

¿En qué lugar? En Portugal. ¿En qué calleja? En la Moraleja. Esconde la mano que viene la vieja».

Y aquellos camiones y excavadoras metálicas de color amarillo cargando tierra y piedras en las minas de «el palacio» en tamaño mini; la de ratos que pasaban mis hermanos y sus amigos allí, y en un pequeño montículo junto al cementerio, «el monte de los pozos». Hace años no había muros alrededor de «el palacio» y se podía jugar a un montón de cosas. Hasta hacíamos cabañas con las ramas de la poda de los pinos, ¡menudos escondites!

Que bien nos lo pasamos tirándonos por los esbarizaculos, sentados en sacos por la ladera de «la Visuela», o cerca del cementerio. O haciendo un balancín con vigas en el solar junto a la panadería, el antiguo lagar del conde, cuántos años estuvo en ruinas, la de veces que nos dijeron que no entráramos, que se nos iba a caer encima. O en las zanjas de una casa en construcción. O yéndonos a una era y jugar a escondernos entre las pacas de paja. También nos íbamos hasta «el champiñón», siempre encontrábamos algo que hacer por alli. O a futbol en el tablón; cuántos goles habrán parado los postes de las porterías, las acacias que había en la plaza de la Hermandad. También nos gustaba mucho jugar en «la portalada» a cualquier cosa.

La de calcamonías que nos habremos pegado en los brazos, salían en los chicles, y luego no había forma de que se nos fueran, parecía «roña».

Jugábamos a los recortables, eran dibujos de muñecas con sus conjuntos de ropa. Al Scalextric, a trenes, con Madelman, con la Nancy, la barriguitas. Girábamos sin parar el hula hop, qué difícil mantenerlo en la cintura, más aún hacerlo girar en el cuello y bajarlo hasta los pies.

A la oca, al parchís, al yoyó, con el Cinexim, con magia Borras…

Por supuesto estaban las excursiones con las bicis, los monopatines, los patines,… Nos encantaba explorar las cuevas, bajar al río; cruzar la carretera estaba prohibido, pero lo hacíamos; llegar hasta las viñas, lo que hoy son las pistas; coger alberges, acercarnos a ver las carreras al Motocross (un año hubo hasta una competición de coches en el circuito) o colarnos para ver un partido de futbol en Bosalsas, antes había taquilla y barrera de acceso para coches, que lejos nos parecía que estaba el campo…

Con la llegada del buen tiempo era momento para bajar al río, debajo de «la peña», con una caña y algunos anzuelos intentabamos pescar alguna cosa. También nos gustaba cruzar el rio saltando con cañas que encontrábamos junto a la orilla, y nos entreteníamos tirando piedras al agua para que saltarán sobre su superficie. Íbamos hasta la morera que había junto a las vías del tren a por hojas para dar de comer a los gusanos de seda que metíamos en una caja de cartón agujereada. Incluso algunos tenían escopetas de perdigones y cazaban algún pajarillo.

También jugábamos al ajedrez y al ping pon en la escuela de arriba.

Y esas canciones que acompañaban a muchos juegos. «El patio de mi casa es particular…», «Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…», «Donde están las llaves mata rile, rile, rile,…», «Arroz con leche me quiero casar, con una muchacha que sepa coser,…», «Tengo una muñeca vestida de azul,…»,»Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña,…»,»Cucú, cantaba la rana,…», «Estaba el señor don gato,….», «Mambrú se fue a la guerra,…», «Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera…», «El cochecito lere, me dijo anoche lere…», «Donde están las llaves…», «Quisiera ser tan alta como la luna,…».

Lo que nos gustaba salir y escondernos por todo el pueblo y otro grupo a pillarnos, por unas determinadas calles, o llamar a una puerta y todos a correr para no ser vistos.

En la calle de la iglesia, había muchos cipreses, muy altos, nos escondíamos entre sus ramas y trepábamos por ellas y a tirarnos sus bolas, y luego tocaba la regañina en casa porque íbamos llenos de resina.

En aquellos años, se iba muchas veces la luz, sobre todo cuando había tormentas de verano; y nos dedicábamos a jugar con las sombras que surgían de la luz de las velas y nuestras manos en cualquiera de las paredes de casa: hacíamos pájaros, mariposas, burros, conejos, etc.

En Botorrita también había juegos tradicionales, a veces solo éramos espectadores, como en el tiro de barra y en el tiro de bola, la mayoría de jugadores competían en los dos, había concursos durante las fiestas patronales en la zona de «la báscula» y también en el campo de futbol y participaban los mayores, los adultos.

El tiro de barra consistía en lanzar la barra lo más lejos posible. Una barra de hierro, de forma cónica, con la boca en forma de bisel, de peso y medidas variables, dependiendo de la edad y categoría del lanzador, unos 6 kilos para adultos.

No se podía coger carrerilla y la fuerza y el impulso se conseguía nivelando la barra, para que no se fuera ni hacia delante ni hacia atrás, colocando un pie en la marca de salida y girando todo el cuerpo y flexionando las rodillas.

Para el tiro de bola había que lanzar una bola de acero por un recorrido de tierra, previamente determinado, partiendo de «la báscula» y generalmente hasta la actual calle El Mayo, la calle de los chalets, en el menor número de veces, menos que el contrincante.

La bola era de acero, totalmente esférica, con diferentes pesos, según la categoría. Para los adultos un kilo y medio.

El tirador cogía la bola y tomando unos metros de carrerilla la soltaba antes de la línea de lanzamiento, lanzando la bola hacia la dirección indicada. Al caer al suelo, seguía rodando, o incluso salía dando un salto…era válido todo el trayecto, desde que sale de la mano del tirador hasta donde se para.

Ganaba el tirador que terminara el recorrido con menos lanzamientos.

Es un deporte de mucha técnica, velocidad y coordinación y se realizaba en muy pocos municipios de la provincia de Zaragoza.

También se jugó durante mucho tiempo a «la pelota», juego tradicional aragonés y de otras zonas de España. Se golpeaba con la mano a una pelota de cuero muy dura para hacerla rebotar en la pared del frontón, podía ser juego individual o en parejas, dos delante y dos detrás. El partido era a 22 tantos sin límite de tiempo. En Botorrita se comenzó a jugar a principios del siglo XX, el frontón se construyó en 1914, posteriormente se edificó el Casino y el Ayuntamiento. Comenzó su retroceso en los años ochenta.

Los mozos jugaban por las mañanas, a primera hora de la tarde jugaban los mayores. Durante las fiestas patronales se realizaban competiciones.

Durante mucho tiempo Mariano Gil García colocaba una pequeña mesa junto al banco que había en el frontón y anotaba los tantos, se encargaba de anotar los puntos del partido y de la competición. A los jugadores se les hinchaban mucho las manos, pero como no querían dejar de jugar, se las dejaban pisar para hacer desaparecer esa hinchazón. Las solían llevar protegidas con esparadrapos.

Había muy buenos jugadores en Botorrita; Luis Boldova, José Rodríguez, Ernesto Gil, Ismael Alconchel, Rafael Boldova, José Gimeno y un jugador zurdo, José Rodríguez. Y muchos jugadores más.

Poco a poco fue desapareciendo este deporte, quizá contribuyó a ello la emigración a Zaragoza y la falta de jóvenes en el pueblo. Coincidió también con la popularización del fútbol, los mozos se enfrentaban a los equipos de otros pueblos en competiciones en el campo de futbol.

Había gran variedad de juegos, de entretenimientos, cada uno tenía su favorito. Seguro que había muchos más.

Fuente:
Antonio Cifuentes, Inmaculada Cifuentes y tradición oral.

Documentación y textos:
Inmaculada Cifuentes, Lda. en Geografía.